Bio

Oscar Chávez nació en México en 1935. Estudió teatro en la Escuela de Arte Teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes, en la Academia de Teatro del Maestro Seki Sano y en el Teatro de la Universidad (UNAM). Como actor ha sido dirigido por Héctor Mendoza, Ludwing Margules, Ana Sokolov, Luis Alcoriza, Juan Gurrola, Juan Ibañez, etc. Su actuación en la película «Los Caifanes» le valió dos premios cinematográficos: La Diosa de Plata y El Heraldo. Ha aparecido en varias telenovelas y dirigido algunas piezas teatrales; entre otras, «Un hogar sólido» y «Ventura Allende» de Elena Garro y «Coloquio Nocturno» de Durremat.

Como actor y director participó en la grabación de más de 200 programas de radio-teatro para Radio Universidad (UNAM). Sus discos incluyen más de veinte títulos, entre los que se encuentran tres de la serie «Voz viva de México» (en que recita poemas de Sor Juana Inés de la Cruz, Gilberto Owen y Amado Nervo) y «Cuento de Navidad», farsa teatral de Emilio Carballido.

Sin embargo, la actividad que más lo ha caracterizado en público es la de cantante, a la cual pertenecen la mayoría de sus discos y por la cual es conocido internacionalmente. Sus presentaciones incluyen recitales en el Festival de la OTI, el Polyforum Cultural Siqueiros y el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, en el Festival de la Canción de Protesta, el Festival de Varadero y el Palacio de Bellas Artes de Cuba; en la Plaza Colón de Madrid, España, etc.

Es difícil decir cual arte hace artista a Oscar Chávez; no porque haya que decidir entre la actuación o la Dirección Teatral, la poesía, la composición o el arreglo musical. No, incluso eso resultaría sencillo, es difícil, en cambio, porque en él todas estas actividades provienen, en parte, de una fuente que hoy nos parece extraña: el oficio y la dedicación paciente a todos los aspectos de cada actividad. La dirección de una obra de teatro, por ejemplo, no está escrita para él en un dialecto distinto del de la actuación; componer una canción o hacer el arreglo musical de otra no pertenecen a dos clases distintas de actividad.

Suele decirse que el oficio y el talento se dan en grandes cantidades, pero siempre separados; raramente la disciplina sobrevive al talento; pocas veces al talento aparece en medio de lo que se aprende en los salones de clase o en los desvelos de los investigadores. Mientras más esté uno convencido de estas afirmaciones, más sorprendente le parecerá que Oscar Chávez no haya abandonado el rigor en nombre de una fácil carrera de éxitos. Eso vale tanto como decir que cualquier cosa que emprende, la emprende desde todas las posturas posibles (la de actor cuando es director, y viceversa; la del compositor cuando sólo canta y al revés; la del poeta cuando recita, y al contrario). Hay en ello un arte, un oficio y, de alguna manera, una humildad paciente y artesana.

Estas tres últimas cosas, creo, han hecho de él no sólo un artista muy valioso sino, también, un «rescatador» de nuestro folklore. Esto se ha dicho muchas veces, pero nunca está de más señalarlo. Cuando uno escucha cualquiera de los dos volúmenes de su «Herencia Lírica Mexicana»; no puede sino reconocer su fidelidad a una tradición (que es otro de los aspectos de cualquier oficio) no siempre muy bien conservada por los cantantes y las compañías grabadoras. Es como si Chávez hubiera debido «aventar» los granos de la cosecha para limpiarle la paja.

Cuando digo que ha sido fiel a una tradición, lo digo en dos sentidos. Primero no ha acudido a los amaneriamientos virtuosistas; y el segundo, pero no menos importante, porque su fidelidad es lo contrario de una literalidad; no fija formas sino que permite, y hasta justifica, las variaciones, los juegos, los arreglos musicales. Esto lo salva de los purismos académicos y, a la vez, le permite mostrar la vitalidad de una tradición musical a la que ha dedicado tanto su estudio como su talento.

Pero toda esta preocupación por una tradición y un folklore es más, generalmente, una preocupación por la cultura y el modo de vida de un pueblo. En este sentido, todo interés por el folklore es político. Por ello, creo, es común incluir la canción de protesta (generalmente firmada por un autor) en el folklore. La razón de esto es de alguna manera política y en su forma más inmediata y elemental, es solidaridad. Aún cuando no estemos de acuerdo en llamar Folklórica a la canción de protesta, el paso de la una a la otra nos seguirá pareciendo natural. Lo raro sería que alguien que canta canciones populares, en el más estricto sentido de la palabra: Canciones del pueblo, no hiciera suya el alma de ellas; lo extraño sería que un jaranero que interpreta música Veracruzana, escribiera en su casa canciones secretas para Dean Martín.

La solidaridad es aquí una coherencia y ambas se someten a la prueba de fuego cuando se trata de producir un disco que sea, a la vez, fiel en las interpretaciones y el fiel en las creaciones (Oscar Chávez mezcla a menudo canciones populares y de protesta en sus discos). Esta prueba solo es superada si el gusto ha sabido dirigir la selección hacia la coherencia y la fidelidad en la forma y en el contenido; es decir, si no ha falseado la forma tradicional a favor del virtuosismo y la comercialización, y si no ha traicionado lo que toda canción folklórica tiene de política en nombre de los esquemas que inventan aquello con lo que quieren ser solidarios. Aquí, una vez más, Oscar Chávez suma su oficio a su talento y hace de su fidelidad una solidaridad y de su solidaridad hace una fidelidad. La claridad y la efectividad de sus canciones, tanto como su belleza, así lo muestran.

Pero no todo es tan serio. Así como el folklore es, en algún sentido, político, la política es folklórica. Las parodias de Oscar Chávez y las sátiras que hace pesar sobre los profesionales de la política son caricaturas demoledoras. Pero, ¿meras caricaturas? Se dice que la realidad copia al arte. Lo patético comienza cuando la realidad copia a las caricaturas; pero lo patético puede muy bien ser motivo de burla y carcajada, así como de indignación horrorizada. La ironía es sin duda un arma poderosa; no voy a decir que el ridículo de algunos políticos mexicanos sea mérito exclusivo de Chávez; no, los mismos políticos podrían compartir con él los derechos de autor y gozar de los beneficios de una gira, pero seguramente la burla de Oscar Chávez les hace recelar y decidir no ponerse debajo de las lámparas y frente al público. Entonces Chávez saca la fotografía o la caricatura de ellos y los presenta como en la vida real. Lo que quiero decir es que el arte de la parodia política es, para él, un arte fundamentalmente realista. No creo que nada que no sea capaz de reírse de la política pueda ser realmente político; quien no sabe reírse buenamente de la realidad no puede ser un buen crítico. Oscar Chávez lo es.

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