Mi Dios, mi Dios, ¿por qué me abandonaste?
Ríen de mí todos aquellos que me ven,
tuercen los labios y sacuden la cabeza:
al Señor se confió, que lo libre ahora,
si en verdad lo quiere tanto que lo salve.
Me rodea una jauría de perros,
y me cerca una banda de malhechores;
me taladran mis manos y mis pies,
¡y hasta puedo contar todos mis huesos!
Se reparten todas mis vestiduras,
y sortean entre sí mi túnica,
pero Tú, mi Señor, no te alejes:
fuerza mía ven corriendo a socorrerme.
Yo hablaré tu nombre a mis hermanos,
te alabaré en medio de la asamblea,
los que temen al señor, alábenlo,
glorifiquen descendientes de Israel
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