BIOGRAFÍAS
19 de abril de 2025
Recordamos en su aniversario de natalicio a Gabriel Ruiz Díaz: El arquitecto sonoro de un sueño eléctrico

Fue mucho más que el bajista de Catupecu Machu: fue el corazón sonoro de una banda que redefinió los límites del rock argentino. En el día de su nacimiento, recordamos a Gabriel Ruiz Díaz, el alquimista de frecuencias graves, el visionario de los climas y el hermano mayor de una generación que encontró en su arte un camino hacia lo infinito.
Nació el 20 de abril de 1975 y partió físicamente en 2021, pero la dimensión musical y emocional de Gabriel Ruiz Díaz sigue extendiéndose como una onda expansiva por el universo del rock argentino. Fundador, bajista, productor y mente sonora de Catupecu Machu, fue mucho más que un músico. Fue un alquimista del sonido. Un visionario de la intensidad. Un poeta sin micrófono cuya voz se expresó a través de frecuencias bajas que tocaron el alma de generaciones enteras. Su historia no es solo la de un artista, sino la de un creador incansable que rompió estructuras desde adentro, con los pies en el suelo y la cabeza donde nacen los rayos.
De Villa Luro al sonido total
Gabriel creció en el barrio de Villa Luro, en una casa donde la música estaba más que permitida: estaba invitada. Desde muy chico se interesó por los instrumentos, pero fue el bajo —ese aparato de cuerdas gruesas que pocos comprendían en su magnitud— el que lo sedujo con una voz propia. No tardó en convencer a su hermano Fernando para formar una banda, casi como un juego. Pero ese juego se volvió destino.
En la adolescencia, mientras otros soñaban con tocar en bares, Gabriel ya estaba obsesionado con el diseño sonoro, con la identidad tímbrica de una canción, con los detalles que hacían que un tema te explote en la piel. Sus influencias iban desde el post punk al rock alternativo, pasando por las atmósferas más experimentales del metal y el industrial. Pero no copiaba. Reinterpretaba. Desde el comienzo fue claro: no iba a ser uno más.
El nacimiento de Catupecu Machu
En 1994, junto a Fernando y al baterista Marcelo Baraj, fundó Catupecu Machu, nombre inspirado en un poema surrealista de la infancia. El grupo comenzó a girar por el under porteño con una intensidad feroz. Pero lo que realmente los distinguía era lo que pasaba detrás del telón: los arreglos, las bases, los efectos, las capas, la ingeniería emocional que Gabriel construía como si cada canción fuese un mecanismo de relojería emocional.
En 1997 lanzan su primer disco, Dale!, y aunque tenía un sonido más crudo y directo, ya se vislumbraba la inquietud de Gabriel por ir más allá. La intro “Dale Intro” abría paso a un imaginario donde nada estaba dejado al azar. Para 1998, A Morir!!!, el primer disco en vivo, capturaba esa bestialidad escénica que la banda desplegaba, pero el verdadero salto creativo estaba por venir.
La era del laboratorio sonoro
Con Cuentos Decapitados (2000), Gabriel logró condensar su obsesión por el diseño del sonido en un disco que aún hoy suena moderno. Temas como “Y lo que quiero es que pises sin el suelo” o “Eso vive” revelaban una arquitectura de capas, un cuidado por los silencios y un vértigo eléctrico que se volvía sello.
En paralelo, Gabriel había creado “El Cubo”, un estudio/laboratorio que no era solo un espacio para grabar, sino un templo de investigación acústica. Allí se gestaron los dos discos que marcarían el cenit creativo de la banda: Cuadros dentro de cuadros (2002) y El número imperfecto (2004).
“Cuadros dentro de cuadros” es probablemente el álbum más experimental de Catupecu. Incluye loops, texturas, samples e incluso la integración de elementos electrónicos y acústicos con un equilibrio exquisito. Gabriel firmó la producción y la ingeniería de sonido. No era solo bajista: era arquitecto de climas. En canciones como “Eso espero” o “Dialecto”, su rol trasciende al del músico tradicional. Todo era diseño.
Pero fue con “El número imperfecto” donde la fusión entre épica y profundidad alcanzó un nuevo pico. La canción “A veces vuelvo” es ya parte del ADN del rock argentino, y la producción de Gabriel —intensa, atmosférica, contundente— brilla desde el primer segundo. Cada corte de ese disco, desde “Perfectos cromozomas” hasta “En los sueños”, lleva su firma indeleble.
El accidente que cambió todo
El 31 de marzo de 2006, la historia cambió para siempre. Gabriel sufrió un grave accidente automovilístico que lo dejó en coma y lo alejó para siempre de los escenarios. El impacto fue brutal, no solo para su familia, amigos y fans, sino también para el corazón creativo de Catupecu.
Sin embargo, la banda no se disolvió. Su hermano Fernando, con dolor pero también con fuerza, decidió continuar. Siempre con Gabriel presente. En cada show, en cada homenaje, en cada nuevo arreglo, su sombra luminosa guiaba las decisiones. Su obra, su energía, seguía viva.
El legado en expansión
Aunque no volvió a tocar en vivo ni a grabar discos tras el accidente, Gabriel Ruiz Díaz siguió siendo una presencia activa en el alma de Catupecu Machu. Su influencia se extendió más allá de la banda: muchos músicos contemporáneos lo señalan como un pionero en la producción y el diseño sonoro, y su trabajo inspiró a una generación de productores que vieron en él a un creador sin miedo a experimentar.
Además, dejó proyectos paralelos como Vanthra, donde parte de su influencia se filtró a través de los caminos creativos de Fernando. Y, por supuesto, Catupecu Machu mantuvo vivo su espíritu en cada show. El bajo, su instrumento, siguió sonando como si su energía estuviera encarnada allí.
Últimos años y despedida
Gabriel falleció el 23 de enero de 2021. La noticia golpeó como un trueno. Se sabía de su estado, pero la esperanza —esa que él mismo había inyectado en tantos discos— nunca se había apagado. Su despedida fue íntima, pero el tributo fue universal. Desde redes sociales hasta homenajes en vivo, desde mensajes de colegas hasta lágrimas de fans, todos coincidían en una cosa: no se había ido un bajista, se había ido un faro creativo.
Pero incluso eso es una forma errada de decirlo. Gabriel no se fue. Porque su música sigue sonando. Porque sus ideas siguen inspirando. Porque sus bajos, sus climas, sus distorsiones, su obsesión por el detalle, siguen latiendo en cada canción que produjo.
Epílogo: Un alquimista del alma
Gabriel Ruiz Díaz fue un artista integral. Pero sobre todo fue un transformador. Un tipo que entendió la música como un lenguaje emocional, físico y espiritual. Su rol en la historia del rock argentino no puede medirse solo por los discos o los recitales, sino por la profundidad de su influencia, por su ética de trabajo, por su pasión insobornable.
A la hora de definirlo, tal vez conviene acudir a una de sus propias obras. Escuchar “Batalla”, “Magia veneno” o “Hechizo” con auriculares, cerrar los ojos y dejarse atravesar. Ahí está él. En cada pulso. En cada rugido grave. En cada decisión que hizo de la música algo mucho más grande que sonido.
Gabriel no fue un número imperfecto. Fue un número exacto en la ecuación de una banda que cambió el rock para siempre.
Por Eleo Mena.
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