A los conciertos que dan los fuelles,
protestadores en sus gemidos,
se están luciendo con sus quebradas
los compadrones en el lugar,
y las chirusas, endomingadas,
en sus miradas tienen el brillo
de la alegría que ha derramado
el tango rante y sentimental.
En medio del conventillo
se ha parado un compadrito
que contempla de hito en hito,
la alegre gente en su excitación.
No le importa que se baile,
él a bailar no ha venido;
busca a aquella que lo ha herido
en medio del corazón.
Y cuando encuentra a la traicionera,
a la ladrona de su ilusión
la mano crispa con ansia fiera
sobre la masa de su facón.
Y, como un tigre, sobre su presa,
salta ligero y asesta un tajo
que roja marca deja sangrando
y el tango muere en el bandoneón.
Y luego, sin darse prisa,
apartando a los curiosos
se retira receloso
entre el murmullo de admiración.
Pero apenas dio algunos pasos
se volvió y con arrebato
les gritó: de puro guapo
me he cobrado su traición.
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