Sale, loco de contento, con su cargamento para la ciudad,
para la ciudad,
lleva, en su pensamiento, todo un mundo lleno de felicidad,
de felicidad;
piensa remediar la situación, del hogar que es toda
su ilusión...
Alegre, el jibarito va, diciendo así, pensando así,
cantando así por el camino:
-si yo vendo la carga, mi Dios querido, un traje a mi viejita
voy a comprar-
alegre, también su yegua va, al presentir que aquél cantar,
es todo un himno de alegría,
en eso lo sorprende, la luz del día, y llegan al mercado
de la ciudad.
Pasa, la mañana entera, sin que nadie pueda, su carga comprar,
su carga comprar,
todo, todo está desierto, el pueblo está muerto de necesidad,
de necesidad;
se oye ese lamento por doquier, en mi desdichada
Borinquen...
Y triste, el jibarito va diciendo así, pensando así,
llorando así por el camino:
-¿qué será de Borinquen, mi Dios querido? ¿qué será de mis hijos
y de mi hogar?
Borinquen, la tierra del edén, la que al cantar, el gran Gautier,
llamó la Perla de los Mares,
ahora que tú te mueres con tus pesares, déjame que te cante yo
también,
yo también.
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