NOVEDADES
1 de febrero de 2025
Beret enfrenta la nostalgia, la culpa y la necesidad en su nueva balada: una confesión que no espera respuestas

Con una letra que recorre imágenes potentes y contradictorias, el artista andaluz presenta un nuevo sencillo en el que vuelve a colocarse en el rol del amante roto. Una canción que no ofrece soluciones, pero que se atreve a exponer el deseo crudo, la necesidad urgente y la tristeza mansa de quien no logra olvidar.
Una entrega que no necesita reinventarse para ser efectiva
Beret ha sabido construir una voz propia dentro del pop español. Sin apartarse nunca demasiado del núcleo temático de sus composiciones —el amor en sus múltiples formas, el dolor de las despedidas, la introspección como camino— logra mantener el interés y la conexión con su audiencia a fuerza de sinceridad.
Este nuevo sencillo no busca sonar distinto a lo anterior. Busca sonar exacto. Y en ese gesto de fidelidad a sí mismo, vuelve a golpear donde duele.
La canción se incorpora sin fisuras a su repertorio, pero no por repetitiva, sino por coherente. La identidad está clara: se trata de una voz que, aunque popular, no teme mostrar vulnerabilidad.
No hay rebeldía en esta propuesta. Hay exposición emocional. Y hay, sobre todo, una necesidad urgente de decir lo que no se puede callar.
Un sonido que no distrae: sencillez como forma de respeto
Desde lo musical, el tema se sostiene en lo elemental. Guitarra, voz y una base suave que acompaña sin protagonizar.
La producción apuesta, como ya es habitual en Beret, por la intimidad. Cada recurso está puesto al servicio del mensaje: no hay giros melódicos innecesarios, ni adornos digitales, ni efectos que opaquen la emoción.
Esa decisión es estratégica: se busca cercanía. La sensación de que lo que se escucha podría haber sido grabado en la habitación contigua. Esa proximidad le da al oyente la posibilidad de involucrarse no como espectador, sino como espejo.
Y en ese espejo, muchos encontrarán su propia imagen.
Una letra que articula la contradicción sin endulzarla
La canción arranca con una negación de lo elemental: “Aunque el sol ya no quisiera hacer el campo florecer…”.
La primera estrofa propone un mundo en el que los ciclos naturales ya no responden como deberían. Un universo detenido, roto. No por catástrofe, sino por desconexión emocional. Y en medio de esa parálisis, el yo lírico intenta comprender que también hace daño sin querer. Que herir sin intención no exime del dolor provocado.
En la segunda sección aparece la primera afirmación directa: “Si te vuelvo a llamar, no tendrás cobertura tumbada en su pecho”.
Es ahí donde estalla el conflicto real: el otro ha seguido su vida, ha rehecho su historia. El impulso de volver a marcar no es racional. Es pulsional. Es una traición del deseo a la conciencia.
Lo que sigue es una de las metáforas más potentes del tema: “Y si fueras tan solo del tamaño de todos mis pensamientos / no cabrías en el mundo, de las veces vida que yo al día te pienso”.
Hay algo desbordado en esa frase, algo abismal. No se trata de un recuerdo: se trata de una obsesión que supera incluso los límites del lenguaje.
Luego, una súplica: “Quisiera abrazarte como dos niños que por dentro lloran / y que nos falte el aire y morir juntos a la misma hora”.
No hay romanticismo decorativo en esa imagen. Es brutal. Es un deseo de fusión total, incluso a través del dolor. Es la añoranza de una comunión imposible, planteada como un último refugio.
La segunda mitad de la canción repite y cierra el círculo.
La voz reconoce su parte de responsabilidad, se compara con un huracán que destruye “sin quererlo”. La culpa aparece como elemento inevitable. Y no para pedir perdón, sino para explicar un daño que también duele a quien lo causó.
El conflicto no resuelto como columna vertebral
Lo que convierte a esta canción en una pieza potente no es su instrumentación ni su estructura formal. Es su conflicto central, no cerrado.
No hay final, no hay enseñanza. No hay redención ni consuelo.
Se canta desde el deseo y la impotencia. Desde la pulsión de volver a llamar sabiendo que nadie va a atender. Desde el impulso de buscar una presencia en donde ya no queda más que ausencia.
Y al mismo tiempo, desde la certeza de que el daño existió, de que no fue intencional, pero sí real.
Esa tensión —entre lo que se quiere, lo que se hizo y lo que ya no es posible— es lo que sostiene la emoción durante toda la canción.
Un lugar legítimo desde donde escribir y cantar
En un panorama donde muchas canciones de amor se construyen desde la idealización o la revancha, esta canción se detiene en un territorio más complejo: el del que no puede soltar, pero tampoco justificar.
El yo lírico no es héroe ni víctima. Es alguien que siente.
Y que se atreve a decirlo sin rodeos, sin fingir fuerza.
Ese lugar, el de la confesión sin estrategia, es el que Beret ha sabido construir como espacio propio.
Un territorio que no está de moda, pero que nunca pierde vigencia.
Porque siempre hay alguien con el celular en la mano, dudando si volver a marcar.
Y esa escena, mínima y universal, es la que el artista captura con precisión en esta canción.
Acordes para tocarla:
👉 Si te vuelvo a llamar – Beret
Por Mirella Dominguez.
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