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21 de marzo de 2025
Miguel Abuelo: el trovador de los sueños eléctricos

A 78 años del nacimiento de un artista único, una biografía definitiva que lo celebra desde la raíz hasta la leyenda
Miguel Abuelo fue mucho más que un músico. Fue poeta, visionario, eterno adolescente, fundador de Los Abuelos de la Nada y alma libre de la contracultura argentina. Su vida fue una montaña rusa de creatividad, exilio, vanguardia, luz y oscuridad. En el día de su natalicio, lo recordamos con una biografía que recorre cada rincón de su historia: desde su infancia en Munro hasta sus últimos días en Buenos Aires. Con anécdotas, canciones, discos, letras y toda la magia de uno de los artistas más inolvidables que haya parido el rock nacional.
Los primeros pasos del juglar: infancia y adolescencia
Miguel Ángel Peralta nació el 21 de marzo de 1946 en Munro, en el conurbano bonaerense. Desde chico se sintió un distinto. Su madre, modista, y su padre, panadero, no lograban comprender del todo esa energía que irradiaba el niño callado pero curioso. Fue un lector voraz, un amante de la poesía desde temprano, influenciado por la bohemia, por las lecturas de Rimbaud y Baudelaire, y por la sensibilidad de los marginados.
Abandonó el colegio a temprana edad y comenzó a escribir poemas que luego declamaba en cafés porteños. Fue también en esa época que adoptó el seudónimo “Miguel Abuelo”, influenciado por una figura imaginaria de sabiduría y rebeldía. En esos bares comenzó a codearse con otros jóvenes que, como él, empezaban a moldear el rostro del futuro rock argentino.
El nacimiento de Los Abuelos de la Nada
En 1967, junto a Norberto "Pappo" Napolitano, Claudio Gabis y Micky Lara, fundó la primera versión de Los Abuelos de la Nada, nombre que tomó del libro de Leopoldo Marechal, El banquete de Severo Arcángelo. Ese grupo, pionero absoluto del rock argentino, fue una mezcla de beat, psicodelia y poesía de avanzada.
El debut discográfico llegó en 1968 con el sencillo "Diana Divaga". La voz de Miguel, entre angelical y dramática, sorprendió a todos. Al año siguiente lanzaron su único LP de esa etapa, Los Abuelos de la Nada (1968), donde se destacaban canciones como “Oye Niño”, “Estoy Aquí Parado Sentado y Acostado”, y “La Mujer Barbuda”, obras que fusionaban el delirio con una ternura desconcertante.
Pero el grupo duró poco. Las tensiones, la censura y la falta de estructura hicieron que se disolviera. Miguel comenzó entonces un largo camino de búsqueda personal y artística que lo llevaría por Europa durante más de una década.
El exilio en Francia: poesía, comunas y revelación
En 1971, Miguel se instaló en París. Allí vivió en comunidades artísticas, experimentó con sonidos latinos, africanos, árabes y electrónicos. Se convirtió en un personaje de culto en la escena underground francesa. Tocaba en la calle, grababa cassettes caseros y escribía sin parar. En esa etapa nacieron canciones como “Pica mi Caballo”, “Mariposas de Madera”, y “Levemente o Triste”, de su etapa solista, canciones que flotan entre lo onírico y lo visceral.
En 1973 grabó un disco experimental en París que quedó inédito por años, un álbum místico y acústico que recién saldría a la luz décadas más tarde. Durante ese tiempo conoció a músicos de todos los rincones, pero siempre conservó el acento porteño, el corazón en Munro y el sueño de volver a armar su banda.
El regreso y la refundación de Los Abuelos
A fines de los años 70, Miguel regresó a Buenos Aires. El contexto era duro, la dictadura militar había oscurecido el panorama cultural. Pero él volvió con una visión clara: refundar Los Abuelos de la Nada.
Convocó a una nueva formación que incluía a Andrés Calamaro, Cachorro López, Gustavo Bazterrica, Daniel Melingo y Polo Corbella. En 1982 lanzaron el disco Los Abuelos de la Nada, una obra maestra del pop nacional que incluía himnos como “Sin Gamulán”, “No te Desesperes” y “Tristeza de la Ciudad”.
Le siguieron discos como Vasos y Besos (1983) con clásicos eternos como “Mil Horas”, “Así es el Calor” y “Himno de mi Corazón”, y Himno de mi Corazón (1984), donde ya Miguel estaba dejando espacio como líder visible, cediéndole protagonismo a Calamaro, pero sin perder su aura de chamán poético.
La voz de un tiempo nuevo
La etapa con la nueva formación de Los Abuelos de la Nada fue apoteósica. En plena democracia naciente, con la juventud en las calles y una efervescencia cultural inédita, Miguel se convirtió en el profeta de una época. Subía al escenario con túnicas, flores, bastones, velas, estandartes. No era solo una banda: era un ritual. Sus conciertos eran celebraciones lisérgicas y poéticas, viajes colectivos guiados por una voz que venía de otro plano.
Su carisma en escena no conocía límites. Aún cuando Andrés Calamaro y otros miembros de la banda empezaban a ser aclamados por el público adolescente, Miguel imponía respeto. Su figura mística, entre chamán y juglar, no necesitaba de modas. Era eterno.
En esta etapa surgieron joyas como “Chala Man”, “Cosas Mías”, “Guindilla Ardiente”, “Medita Sol”, “Menage a Trois” o “Hombre Lobo”, temas que mezclaban ternura, ironía, erotismo y alucinación.
Pero no todo era armonía. Las tensiones internas, los egos, las adicciones y la exposición mediática fueron desgastando el proyecto. Miguel, cada vez más desencantado con el rumbo comercial de la banda, decidió alejarse.
El regreso al centro de su universo: la poesía y la introspección
A mediados de los años 80, Miguel volvió a enfocarse en su obra solista. Retomó proyectos personales que había dejado en pausa y volvió al estudio con nuevas composiciones. Canciones como “Buen Día Día”, “El Largo Día de Vivir”, “Nunca te Miró una Vaca de Frente” y “Oye Niño” comenzaron a ser revalorizadas por nuevas generaciones de músicos y oyentes.
Lanzó también discos recopilatorios de su etapa parisina, incluyendo versiones inéditas y rarezas. Su poesía se volvió aún más introspectiva, más crepuscular. Si bien el mercado ya no lo tenía como figura central, su influencia seguía creciendo.
Sus presentaciones, aunque más esporádicas, eran recibidas como actos de culto. Miguel nunca dejó de componer, de dibujar, de escribir. En su casa convivían textos inacabados con instrumentos, pinturas y manuscritos que parecían salidos de un templo místico.
Sus últimos días
En los últimos años de su vida, Miguel fue diagnosticado con SIDA. En una época donde la enfermedad aún era un tabú, él decidió vivirla con la misma valentía con la que había vivido todo. No se ocultó. No se resignó. Continuó trabajando en nuevos proyectos hasta el final.
Falleció el 26 de marzo de 1988, apenas cinco días después de cumplir 42 años. Su muerte fue un golpe profundo para toda una generación. Pero no fue una despedida silenciosa: fue la consagración de una figura que ya era mítica.
Influencia y huella imborrable
Miguel Abuelo no solo fue pionero. Fue irrepetible. Su mirada espiritual del rock, su compromiso con el arte como herramienta de transformación y su lirismo sin igual lo convierten en una figura esencial de la música en español. A lo largo de las décadas, su obra ha sido reeditada, homenajeada y redescubierta una y otra vez. Su voz y su palabra sobreviven al tiempo.
Por Negro Lamancha.
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