Aún guardo las dos blancas azucenas,
que me diste, al despedirme de tí.
Recuerda que, cuando fuiste a decirme adiós,
mi madre nos dejó a los dos, solitos;
las lágrimas, que tropezaban con mis labios,
me daban un medio sabor bendito,
cuánta pasión, cuántos lamentos de amor,
dejaron en mi corazón escritos;
ya están marchitos los pétalos de seda,
aun guardo las dos blancas azucenas,
que me diste, al despedirme de tí.
Muy pocos años han transcurrido,
y por lo que se oye por ahí,
no te importa ya ni tu apellido,
escucha lo que me dice un amigo,
un amigo que me escribe desde ahí;
y hoy se te ve, andando por las calles de San Juan,
con un tipo de esos del bulevar del valle,
y dicen que hasta tus dos propias hermanas,
ni te saludan al pasar las calles,
que andas sin son, llena de colorete y Ponds,
del brazo de cualquier varón al talle,
ya no he de verte, mas para cuando muera,
aun guardo las dos blancas azucenas,
que me diste, al despedirme de tí.
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