Bio

El comienzo de esta historia no es una iluminación: es un apagón. Después de formar una banda de rock progresivo y tener aquellos quince minutos warholianos de fama, Lucio Mantel entendió que esa música ya no lo representaba. Separó su grupo, se fue de viaje y cortó amarras con todo el pasado inmediato. Al modo de los ascetas, ese despojo fue la forma de encontrar una esencia. No casualmente su primer disco de regreso tuvo carácter balsámico y su titulo fue Nictógrafo: un artefacto para escribir en la oscuridad cuya invención se atribuye a Lewis Carroll. En el cono de sombra, Lucio Mantel había estado cambiando la piel. Buscando la genealogía musical que explicara su pasado y, sobre todo, iluminara su futuro. Sobre la mesa, el tipo desplegó un mapa acústico donde gravitaban tanto Spinetta y Björk como el Cuchi Leguizamón, Caetano Veloso y Chabuca Granda. Esos nombres trazaban una geografía que delineaba su centro y periferia, pero nunca sus límites. De hecho, su competencia como guitarrista y arreglador también le permitió un tráfico con la música de cámara e, incluso, explorar su árbol genealógico en busca del comercio entre moros y sefaradíes. Cuando llegó el momento de su segundo disco, la confianza ganada le concedió profundizar su campo poético y musical. Lanzarse hacia las costas acantiladas de “Mi memoria”, esa épica del sueño roto y compartido que coronó Miniatura. Para retratar esos paisajes, Lucio confió nuevamente en el formato del trío (guitarra, contrabajo y percusión), pero esta vez convocó a Pepo Onetto y Alejandro Terán como arregladores. Las cuerdas, que proyectaron una luz expresionista sobre esas canciones, generaron un reflejo inquietante. Otra dimensión. Hay una anécdota que viene a cuento: varios meses después de la edición de Miniatura, Lucio fue convocado a participar del disco Por algo será. Una antología reunida alrededor del trabajo por los derechos humanos, en homenaje a los treinta mil desaparecidos durante la última dictadura. Con la premisa de elegir una de sus canciones, se sentó a escuchar. Cuando llegó a “Mi memoria”, se desmoronó. En ese marco, cada verso adquiría otro espesor. Una caladura insospechada que se metía bien hondo en la historia social de nuestro país. Parece raro, pero no es tan extraño: el artista desconoce el verdadero sentido de su obra. Una canción –como un buen poema, una pintura-, está puesta en su sitio como un interrogante. Su fortaleza será, entonces, la capacidad que tenga su arquitectura emocional para revelar tantos matices como puntos de vista. Como la trama tornasolada en las plumas del pavo real.

Martín E. Graziano

Discografía