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En la cosmología ancestral de los mayas, el jaguar es el señor del inframundo, el dios poderoso que viste el traje de la oscuridad. Al igual que el águila encuentra la verdad con la luz del sol, el jaguar descubre los misterios de lo que no se puede apreciar a simple vista. «La permanencia de las culturas ancestrales mexicanas hacen que en nuestros días el jaguar siga viéndose como un símbolo de fuerza, un guerrero del espíritu». La fuerza del jaguar vive en Jaguares que desde el lanzamiento de su primer álbum, ha encontrado poesía en la oscuridad, fuerza en los misterios musicales, e innovación a partir de la tradición mexicana.

Formada por Saúl Hernández, Alfonso André, y el guitarrista César «Vampiro» López, Jaguares es una banda que puede tocar para 120.000 aliados en el Zócalo de la Ciudad de México una semana, y después llevar luz a 3.000 más en los Estados Unidos compartiendo el escenario con Morrisey. Como lo han demostrado una y otra vez, Jaguares pueden vender todas las taquillas de teatros masivos como El Palacio de los Deportes en México, y el Universal Amphitheater en Los Ángeles, sin contar con un single sonando en la radio o ni siquiera un nuevo álbum en las tiendas de discos. Jaguares es una banda que, ante todo, se pertenece a sí misma y a su público.

Aunque la música de Jaguares está firmemente arraigada en México, ha resonado además fuertemente a través de las audiencias desde los Estados Unidos hasta Centroamérica y Colombia.

Es esta libertad la que le permite a Jaguares reinventarse en cada álbum, grabar un dueto bilingüe hispano-árabe titulado «Ki Kounti» con el legendario cantante argelino de rai, Cheb Khaled, colaborar con La Sonora Santanera, con David Hidalgo de Los Lobos, con El Flaco Jiménez o Adrian Belew. Jaguares no se autocensura, no se impone límites ni restricción alguna de géneros musicales.

Jaguares hace música que nace del presente pero que se encuentra arraigada en los espíritus del pasado, música que cuando es interpretada en vivo es mucho más que un concierto; es un ritual comunitario entre miles de extraños cantando. Las velas están prendidas, los sacerdotes toman el escenario, y en el espacio de una sola noche, el concierto se convierte en la ceremonia sagrada del Rock and Roll.

Jaguares nació de la anterior vida artística de Hernández y André en la agrupación Caifanes, la banda mexicana más importante de finales de los años 80 y con mayor éxito comercial. De 1988 a 1994, lanzaron cuatro álbumes clásicos y cruciales para la evolución del rock mexicano: Caifanes (1988), El Diablito (1990), El Silencio (1992), y El Nervio del Volcán (1994).

«Empezamos antes de que el rock en México se convirtiera en un negocio de las grandes compañías y en hacer dinero», recuerda André, que cuando toca la batería alterna fácilmente ritmos machacantes y sutiles juegos rítmicos.

Como tantas bandas de la Ciudad de México de los años 80, Caifanes emergió de las ruinas del terremoto de 1985 –una catástrofe que convirtió a la ciudad en escombros y que engendró una nueva generación de cronistas armados con una nueva urgencia creativa y social.

Hernández y André se metieron dentro de su pasado musical. Los dos crecieron siendo adictos a los Beatles, mientras que André se sumergió también en Led Zeppelin, y King Crimson y, a través de la radio de sus padres, en Juan Gabriel y José José. Pero para Hernández, después de que los Beatles le mostraron la luz como músico, el tema de David Bowie titulado «Life on Mars» fue lo que le mostró el camino a seguir como autor. «Fue una de las canciones más bellas que jamás hubiese escuchado», dice Hernández. «Abrió otra puerta en mí. La canción era una invitación para descubrirme a mí mismo». Cuando Hernández estaba creciendo en la Colonia Guerrero, un barrio duro de la Ciudad de México, su madre le solía prevenir sobre los muchachos que se aposentaban en las esquinas, con sus cortes de pelo llenos de vaselina estilo Prince Valiant, pantalones de cintura alta y actitud rebelde. Entre ellos mismos se llamaban «caifanes» y a Hernández nunca se le olvidó cómo le hicieron sentirse. «Tenían una imagen misteriosa», recuerda. «Ya había pensado en formar una banda que, como los caifanes, tenía las mismas ideas sobre la vida, los mismos deseos de confrontar a la sociedad y esa misma fantasía, ese mismo romance sobre la vida. ¿Cómo podíamos lograr esto musicalmente?»

La actitud rebelde de Caifanes como los exponentes de la verdadera música subterránea mexicana parece que está a mil leguas de la historia de éxito que continúa siendo Jaguares. Pero para Hernández, el espíritu de esos años formativos en México, cuando el rock estaba marginado por el gobierno y por los medios de comunicación, nunca dejará de impregnar su música.

Jaguares nació después de que el nombre de Caifanes se viera envuelto en una batalla legal. Era un momento en el cual Hernández estaba listo para enfocar de nuevo sus metas como artista. Decidió que quería crear un grupo que, en vez de funcionar como una banda tradicional, de la forma que lo hacía Caifanes, funcionaría como un taller dedicado a la búsqueda libre de invención musical. «Queríamos una banda construida sobre libertad creativa, sin roles tradicionales, y que no hiciera música ni por contratos ni por dinero», dice Hernández. «Descubrimos una nueva forma de trabajar, una nueva forma de crear música donde hay libertad total. Ahora estoy tan feliz porque nos hemos convertido en la banda que siempre soñé tener, una banda que se organiza a sí misma. No está detrás la compañía, ni el equipo de manejo artístico. Sólo los músicos.»

La ‘batalla’ por el nombre de Caifanes se ganó por Derecho, y en el 2002 el nombre, regresó a Hernández y sus aliados. Saúl decidió dejarlo descansar. Ahora está planeando crear un fideicomiso que otorgue licencias gratuitas del nombre a distintas ONGs para recaudar fondos para sus proyectos.

Después de experimentar con distintas agrupaciones, la alineación actual de Jaguares se ha consolidado con Hernández, André y el guitarrista César «Vampiro» López (un veterano que militó en dos bandas prominentes de su Guadalajara natal: Maná, y los rockeros alternativos de Azul Violeta).

A lo largo de 17 años, Jaguares no sólo ha depurado, técnica, compositiva y líricamente, su forma de hacer discos; también han aprendido a entregarse completamente en el escenario, electrificados o en forma acústica, la comunión con su público es la constante. Si en disco la experiencia de Jaguares es absoluta, la intensidad que alcanzan sus presentaciones, hacen de cada concierto una experiencia única, un ritual.

La conjunción de presente y pasado es lo que hace única a una banda como Jaguares. Su música está llena de rancios sabores prehispánicos, de melodiosos boleros y tintes latinos; pero también de rabiosos acentos punketos, del clásico rock del power trio, y de la límpida claridad de la música folk. En manos de otros este tail podría ser mortal, en las de Jaguares es una pieza sonora plagada de armonía y sensualidad, rasgos que han dado a esta quinta producción realce y madurez.

Para Saúl, lo que sigue siendo más importante dentro de Jaguares es la musicalidad de cada quien. «Eso mantiene la ilusión; no hemos perdido la ilusión de hacer un disco y eso se impregna en todos; esa es la base de una relación recíproca y nos ayudó a hacer este nuevo disco. Crónicas de un Laberinto es la continuación de Cuando la Sangre Galopa. La relación entre Crónicas y El Primer Instinto es cómo los encaramos, no intelectualizamos, buscamos recuperar la esencia. Quería hacer un disco así; he disfrutado cada uno de los álbumes que hemos hecho, pero éste fluyó de forma más natural, nos relajamos antes de entrar al estudio y nos ha ayudado mucho que empezamos a reconocer los discos desde afuera, antes de entrar al estudio a hacerlos.»

Jaguares miran hacia atrás con orgullo, años de lucha por crear música en sus propios términos, de acuerdo a su propio espíritu, y de acuerdo a sus propios misterios. «Trato de dejar que las cosas floten y de mantener mi mente abierta y fresca», dice Hernández. «Trato de no ver lo que está justo enfrente de mí. La banda, el álbum, el éxito, todo eso está en el pasado. Cada álbum es una nueva banda, un nuevo álbum, nueva música. Siempre es como si fuera el primer álbum de nuestra carrera; la necesidad de hacer algo fresco, algo nuevo, algo urgente. Empecemos desde cero y veamos lo que tenemos adentro.»

Y también miran al futuro. Como los Beatles antes que ellos, los integrantes de Jaguares también han vislumbrado la posibilidad de cumplir sesenta y cuatro años y seguir en la música. «Ahora veo a los Rolling Stones como parte de la familia. No se cuánto viviré, pero sí quiero estar en el escenario a como de lugar, porque el amor que tenemos por la música allí va a estar, aunque estemos tocando en un pequeño bar. Me gustaría seguir haciendo giras porque allí crecimos, el escenario es nuestro santuario», concluye Saúl.

www.jaguaresmx.com

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